La Intuición de Ernesto

Eran las 07:00 A.M., Ernesto apuraba la última gota de café, mientras intercambiaba instrucciones con su programa de recomposición celular.
La máquina había detectado en su cuerpo durante la noche, un desorden en su estructura provocado por el ataque de un virus. Ernesto ya habituado al sistema Regeneratron, se lo tomaba como una rutina más. Estaba tan ligado al artilugio de manera que lo empleaba para casi todo.
El aparato había sido diseñado originariamente para transferir al cerebro bases de datos e instrucciones en pocos segundos, con lo cual si quería aprender piano en media hora, cualquier humano, con el sistema cerebral, nervioso y muscular en perfecto estado, podría ser un Rubinstein en una tarde.
Ante las limitaciones que suponía el estado corporal sano como condición necesaria, se pusieron a investigar sobre las posiblidades de incorporar un programa de regeneración y corrección celular que permitiera el uso generalizado del sistema sin condiciones previas.
El concepto de salud pasó a ser el de guardar el ADN en un banco de datos y retornar una copia al cuerpo en caso de colapso para una reconstrucción vital.
Y el concepto de aprendizaje, cursos, estudios, cambió radicalmente. Ahora bastaba enchufarse a la máquina para adquirir conocimientos en pocos minutos, las cargas venían con un programa de asimilación que hacía de puente entre el dato y el conocimiento, y de ello el resultado era óptimo, mejorando incluso lo que la naturaleza lograba en años.
Ernesto sabía que conocimiento era una cosa y sentido común otra, y además que por algún motivo misterioso el bien llevaba aparejado el mal, cuando por una intuición descubrió que el virus que lo había contagiado era producto de una campaña de Marketing de una empresa fabricante de artilugios que prometía antídotos universales.