A la vieja que sólo la visitaban las horas.
Las agujas de un viejo reloj de cuco señalaban casi las cinco de la tarde. Casi el ocaso de un día brumoso oscuro y melancólico, hacía frío. Un intenso olor a ropa húmeda secándose junto al fuego recorría toda la casa, compitiendo con las fragancias del pan que se hacía en el horno de leña.
Lustrosas, maceradas, las guindas se hundían en el aguardiente, encerradas en la botella esperaban su turno. Quizá viniera por ella, en busca de compañía, una taciturna melancólica.
Cantó el pájaro de madera y ninguno le acompañó. Estaba solo, y solo en su habitáculo residía día tras día.
Sin complacencia, cumplía con su deber horario sin honorario. Sin estipendio.
A lo lejos se oía el ladrido de un perro. Ladraba a su soledad, sin remordimiento.
1 Comments:
La soledad es grata si se tiene con quien compartir amores y lamentos.
Sin ese requisito, es el abandono, es marginalidad.
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