Buenismo

La mañana era fría, como el carácter de Igor. Había cumplido 29 años, aunque aparentaba por lo menos, sesenta de experiencia.
Desde muy joven y observando a su padre, aprendió a tratar a los criados, y muy rápidamente desarrolló ese don especial para manipular, que a esa familia le rendía tantos frutos.
Políticos de toda condición y funcionarios de todos los estamentos, banqueros, obispos, militares y gente corriente eran programados para que les sirvieran en sus propósitos aprovechando sus ambiciones.
Igor era un especialista en recursos humanos, le bastaba observar unos instantes a una persona y hablar con ella cinco minutos para definirla y clasificarla en un puesto de trabajo, no por sus conocimientos sino por sus vulnerabilidades.
La confiabilidad en los elementos seleccionados era matemática, de un obtuso un portero fiel guardián, de una mojigata una activista meapilas, de una pardilla una voluntaria sin fronteras, de un abogado ambicioso un político arribista sin escrúpulos, y así hasta completar el orbe de puestos y caracteres.
Todos eran susceptibles de ser manipulados de manera que se podía conseguir que hicieran con devoción lo que se quería de ellos. Bastaba con saber tratarles y ponerles el cebo en positivo, y si se torcían se ultilizaba el chantaje, para hacerles entender que el trato era perpetuo.
Los Igor manejan a su antojo a los peleles, como un director de orquesta a sus músicos. Músicos que son a su vez la cara visible del entramado social que de cara al público son sus impolutos representantes sociales.
Resulta curioso ver a los nuevos ricos financiar a las clases adineradas a cambio de un acto de relaciones públicas. De un acto de misericordia para que puedan sentirse aceptados por un día.
El hombre es bueno por naturaleza, ja, ja y ja.