El Infiel
Pedro tenía las cosas claras, no confundía personas con ideas ni culturas con preceptos religiosos.
De esta manera, lograba una agradable convivencia con sus vecinos, cada uno de los cuales vivía la vida a su manera.
Un día ocurrió algo que marcó un punto de inflexión en las relaciones vecinales. Un grupo de vecinos, los adoradores de la Luna se autoproclamaron guardianes de la palabra del Señor, con el fin de eliminar a los infieles.
Pedro sabía que sus vecinos eran personas dulces y encantadoras y que el diferente credo no era obstáculo para una sana amistad.
Pedro sabía también que aunque llegasen a la Alcaldía a gobernar nada substancial cambiaría por los límites de la Constitución.
Pero, eso de "eliminar a los infieles", le produjo un pensamiento de intranquilidad que le duró unos instantes para volver a pensar en la bondad de su vecino y no en sus ideas.
Pedro no advirtió el fanatismo.
Hoy, Pedro pide perdón, de rodillas en el patíbulo.
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